miércoles, 24 de marzo de 2010

IMÁGENES Y MÁSCARAS

La amistad perfecta es la fundamentada sobre la virtud. Pero toda virtud es causa de la amistad, porque el bien es amable para todos, luego la amistad no es virtud especial, sino que acompaña a toda virtud. Consiste en el justo medio, de ahí que es propio del virtuoso evitar por todos los medios el placer y del no virtuoso, en cambio, buscar su agrado y evitar las tristezas, por tanto, una amistad así no es virtud.

- ¿has entendido lo que has escuchado?
- No
- Ni yo lo que te he dicho
- ¿y ahora qué hacemos?
- Tratar de descifrarlo bonito
- Ya pues, hazlo.

Cuando queremos hacer de amigos, enamorar a alguien o inclusive mostrar una imagen de cómo queremos que nos vean hacemos toda una campaña publicitaria basada en un marketing estratégico personal. Nos vendemos como mejor podemos y para eso es importantísimo “la presentación del producto”. Nuestras virtudes las ventilamos por los cuatro vientos, nos comportamos como nunca nos hemos comportado, somos graciosísimos, amables, afables, educados, tolerantes, simpáticos, carismáticos, benevolentes, cultos, optimistas, bien vestidos, pelo arreglado, misericordiosos, piadosos, olemos rico, somos, ya no ya, uf, ¡lo máximo!... pero…pero…pero… ¡esa imagen pesa!.

Lo más gracioso de todo esto es que a la persona a quien quieres “venderte” también se está “vendiendo” a tí y su “nueva imagen” también le pesa. En todo ser humano, el fingir es una constante, ocultar lo real y aparentar lo que no somos en realidad, pero sin el deseo de hacer daño, simplemente para quedar bien o mejor.
En este caso se podría hablar -dentro de la ética cristiana- de una hipocresía sin real maldad. Por el contrario, el verdadero hipócrita tiene la intención de engañar para obtener algo de nosotros sin nada a cambio, inclusive, si es necesario para él, nos daña. Se da la insinceridad negativa que dista de la insinceridad positiva, la que se convierte en tolerante: ¿no me gusta pero que voy a hacer?, es mi amigo, es mi amiga, no estoy de acuerdo pero así lo acepto.

Antiguamente solía acompañar a mi mamá a comprar al mercado –hablo de los años sesenta- y cuando pedía medio kilo o un kilo de carne, el carnicero la pesaba con hueso y todo. Mi mamá le reclamaba como todo el mundo pero la respuesta del hombre era una frase que nunca cambiaba: “sale con hueso”.

Así sucede con nosotros cuando venimos a este mundo, “salimos con hueso”, nada de carnecita pura, todos salimos con hueso: defectos, taras, complejos, tics, y demás nervios. Casualmente por eso no existe nadie que se escape de “vender su imagen” porque hasta de los que menos creemos, también lo hacen. Total, somos humanos.

El Papa Pío XII era hipocondríaco. Él mismo se había automedicado y no encontró mejor remedio que religiosamente tomarse todos los días “su vasito de vino”. Vivía también obsesionado con las moscas y las perseguía por todas partes; obviamente en ceremonias o presentaciones vendía la imagen de: ¡¿qué? ¿una mosca?!, ¿dónde?, ¡ni cuenta me he dado!.

El Papa Pablo VI era un apasionado de la velocidad, hizo instalar un cronómetro en el coche papal para animarle y exigirle a su chófer a que corriera más, pero ante todos caminaba pausado, presentaba una imagen de compostura, de paz, de equilibrio. Era amante de la adrenalina, la necesitaba en su cuerpo.

El Papa Juan XXIII era un fumador empedernido y le encantaba subir a la torre más alta del Vaticano para fumar sin que lo vean y desde ahí observar a la gente.

Otro curioso suceso tuvo lugar en el Cónclave que eligió a Pío IX como Sumo Pontífice (1846-1878); en el momento del recuento de las votaciones él era el escrutador de las papeletas y leía en voz alta los nombres que iban saliendo. Cuando llevaba dieciocho seguidas con su nombre, Giovanni Mastai-Ferretti (Pío IX), pidió que otro cardenal continuara la lectura a fin de que no se prestara a suspicacias. Tuvo que continuar al ver que su petición había sido rechazada y como en las papeletas seguía saliendo su nombre al finalizar terminó gritando: "¡El Papa soy yo!". Entró al conclave con una imagen de humildad pero al verse elegido se le cayó… es humano, no?.

En 1958 fue elegido Juan XXIII; le pidió al cardenal Nasalli que se quedara a cenar con él. Éste le dijo que la costumbre era que los Papas comiesen solos. “Comprendo”, replicó el flamante pontífice: “de Papa tampoco van a dejarme hacer lo que me de la gana”. “¿Puedo traer champán, Santidad?”, le preguntó Nasalli. A lo que Juan XXIII contestó: “Sí, y no me llame Santidad, porque cada vez que lo dice me parece que me está tomando el pelo”.

El Papa Juan Pablo II, -después de la muerte de Juan Pablo I-,fue convocado para asistir al conclave para elegir al nuevo sucesor. Fue por compromiso, con desgano y cuando estaba siendo trasladado de Polonia a Roma, el vehículo en el que viaja se malogró y como el tiempo ya no le daba “tiro dedo” en la carretera y un camionero “lo jaló” hasta Roma. Fue el último en llegar… ¡y el último en irse!. Fue tan fanático del futbol que el 22 de octubre de 1978 ordenó que su ceremonia de comienzo del pontificado -la coronación- comenzara a las 10 de la mañana para no perderse un partido de futbol importantísimo para él.

Todos vendemos imágines. Todos queremos ser aceptados y si “nos revientan cohetes”…¡mejor!, entonces comienza nuestra encrucijada entre lo que queremos, deseamos -mundanamente hablando- y lo que Jesús nos dice: …
- "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23,12).
- "No mires lo que puede parecer, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; yo Dios no miro lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón" (1 Samuel 16,7).

“Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29). ¿Qué es la humildad? Es la virtud de conocer nuestras propias limitaciones y debilidades. La humildad es crucial porque es la raíz de muchos valores de gran significado en la vida del cristiano.

El humilde goza del privilegio de tener una relación personal con Dios. Tiene un deseo genuino de ayudar y servir. Anima y estimula las virtudes de otros. Encubre las debilidades de su prójimo. Respeta a cada persona porque reconoce su valor como criatura de Dios hecho a la imagen de Dios.

Por nuestra propia naturaleza somos orgullos y por eso nos cuesta aprender a ser humildes… ¿recuerdas?, venimos “con hueso” y cuando nos creemos “PURA CARNE” Dios nos enseña la debilidad y la incapacidad a través de los errores, los defectos, la enfermedad, el fracaso, la vergüenza y aún el pecado….

Una persona es humilde cuando reconoce que no tiene en sí mismo, ni por su preparación, ni por su experiencia, la sabiduría, el conocimiento, la competencia y las fuerzas necesarias para cumplir la voluntad de Dios.

Lo triste de todo esto y triste sólo para nosotros, es que conocemos mucha gente, la conocemos de años, los llamamos “amigos”, sin embargo cuando los vemos o nos encontramos, nuestra sinceridad, nuestra humildad se diseca y nos sale todo el orgullo, el cuidar la imagen al punto de que cuando nos saludamos con ellos no podemos abrazarnos, tenemos que hacerlo estrechando una sola mano porque con la otra, para que no se nos caiga… tenemos que sostener nuestra máscara.

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